¿Qué hacía las veces de la
fotografía antes de la invención de la cámara fotográfica? La respuesta que uno
espera es: el grabado, el dibujo, la pintura. Pero la respuesta más reveladora
sería: la memoria. Lo que hacen las fotografías allí afuera, en el espacio
exterior a nosotros, se realizaba anteriormente en el marco del pensamiento.
(…) A diferencia de otras imágenes visuales, la fotografía no es una imitación
o una interpretación del sujeto, sino una verdadera huella de éste. Ninguna
pintura o dibujo, por muy naturalista que sea, pertenece a su sujeto de la
manera en que lo hace la fotografía. (…)
No obstante, a diferencia de la
memoria, las fotografías no conservan en sí mismas significado alguno. Ofrecen
unas apariencias – con toda la credibilidad y gravedad que normalmente les
prestamos – privadas de su significado. El significado es el resultado de
comprender las funciones. Y las funciones sólo tienen lugar en el tiempo y han
de explicarse en el tiempo. Sólo que es capaz de narrar puede hacernos
comprender. Las fotografías no narran nada por sí mismas. Las fotografías sólo
conservan las apariencias instantáneas. (…)
La memoria entraña cierto acto de
redención. Lo que se recuerda ha sido salvado de la nada. Lo que se olvida ha
quedado abandonado. (…) El mundo industrializado, “desarrollado”, horrorizado
por el pasado, ciego con respecto al futuro, vive un oportunismo que ha vaciado
de toda credibilidad el principio de justicia. Este oportunismo convierte todas
las cosas en un espectáculo (…) Y la herramienta utilizada en esta
transformación (…) es la cámara. (…)
El espectáculo crea un presente
eterno de expectación inmediata: la memoria deja de ser necesaria o deseable.
Con la pérdida de la memoria perdemos asimismo las continuidades del
significado y del juicio. La cámara nos libra del peso de la memoria. (…)
John Berger, Mirar, ed. De La Flor, Bs. As., 2004.
(1997)
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