Derechos del lector

Algunos ya los conocen del año pasado pero nunca está de más recordarlos. Los desarrolló el escritor francés Daniel Pennac en un hermoso e interesantísimo ensayo: Como una novela, publicado por Anagrama. 
Para todos los que encuentran excusas, culpas y disculpas en sus hábitos de lectura. DISFRUTEN.

***

"La vida es un obstáculo permanente para la lectura. (...) El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (Al igual que el tiempo para escribir, por otra parte, o el tiempo para amar). ¿Robado a qué? Digamos que al deber de vivir. (...) La lectura no depende de la organización del tiempo social, es, como el amor, una manera de ser". 
 
1. El derecho a no leer.

(...) si bien se puede admitir perfectamente que un individuo rechace la lectura, es intolerable que sea  - o se crea - rechazado por ella.
Es inmensamente triste, una soledad en la soledad, ser excluido de los libros, incluso de aquellos de los que se puede prescindir.

2. El derecho a saltarnos las páginas.

3. El derecho a no terminar un libro.

No es un drama. Así es la vida. La noción de "madurez" es algo extraño en materia de lectura. Hasta una determinada edad, no tenemos edad para determinadas lecturas, de acuerdo. Pero, contrariamente a las buenas botellas, los buenos libros no envejecen. Nos aguardan en nuestros estantes y somos nosotros quienes envejecemos. (...) Entonces, una de dos: o se produce el encuentro o es un nuevo fiasco. (...) Entonces tenemos dos opciones: o pensar que es culpa nuestra, que nos falta una casilla, que albergamos una parte irreductible de estupidez, o hurgar del lado de la noción muy controvertida de gusto e intentar establecer un mapa de los nuestros. (...) Y más aún cuando puede ofrecer un placer excepcional: releer entendiendo al fin por qué no nos gusta. Y otro placer excepcional: escuchar sin emoción al pedante de turno berrearnos en el oído:
- Pero, ¿cóooooomo es posible que no te guste Stendhaaaal?


Es posible.

4. El derecho a releer.

Releer no es repetirse, es ofrecer una prueba siempre nueva de un amor infatigable.

5. El derecho a leer cualquier cosa.

Durante cierto tiempo leemos indiscriminadamente (...) Todo se mezcla. (...) Y después, cierto día (...) nuestros deseos nos llevan a la frecuentación de los "buenos". Buscamos escritores, buscamos escrituras; se acabaron los meros compañeros de juego, reclamamos compañeros del alma. La mera anécdota ya no nos basta.

6. El derecho al bovarismo. (Enfermedad de transmisión textual).

(...) El bovarismo es, a grosso modo, la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco.

7. El derecho a leer en cualquier sitio.

8. El derecho a hojear.

(...) Se puede abrir a Proust, a Shekaspeare o la Correspondencia de Raymond Chandler por cualquier parte, hojear aquí y allá, sin correr el menor riesgo de sentirse decepcionado.
Cuando no se dispone ni del tiempo ni de los medios para regalarse una semana en Venecia, ¿por qué negarse el derecho a pasar allí cinco minutos?

9. El derecho a leer en voz alta.
Si lee realmente, si pone en ello su saber controlando su placer, si su lectura es un acto de simpatía tanto para el auditorio como para el texto y su autor, si consigue hacer entender la necesidad de escribir despertando nuestras más oscuras necesidades de comprender, entonces los libros se abren de par en par, y la multitud de los que se creían excluidos de la lectura se precipita detrás de él.

10. El derecho a callarnos.

... nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad. 

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